Es una fiesta para los que os gusta el fútbol y os felicito por lo que se ha ganado tras tantos años deseándolo. En realidad me frustra no haber sabido vivir este momento; sólo lo he presenciado, pero como me resbala, me jode por no poder/saber valorar la suerte que he tenido de ser contemporáneo a este evento. Sencillamente carezco de esa particularidad genética que dice a las personas que es bueno pertenecer a una tribu, con sus alegrías y derrotas.
Ahora bien, que un tenista español sea el número uno del mundo tampoco es algo que haya pasado a menudo en este país. De hecho, no conozco ningún precedente. A Rafa Nadal se le dió su merecida cobertura, su reconocimiento y punto. Nada de pantallas gigantes en cada cuidad o 40 millones de personas pegadas a la tele.
En cambio a los futbolistas se les trata como héroes nacionales. El país entero pierde la cordura; yo me enorgullezco de ser español si Iniesta planta la bandera española en Marte, no si mete una pelota entre dos palos. ¿Tamos locos o qué?
Ojo que no intento amargar la fiesta a nadie; sólo digo que el fútbol no es más que un deporte. Que ante el grito de "HEMOS GANADOOO" Iker y Cía pueden referirse a lograr el pináculo de sus carreras y a las primas millonarias que van a cobrar, pero vosotros no; no habéis ganado nada. Mañana seguiréis pagando la hipoteca, buscando un trabajo o soñando con que Pilar Rubio choque con vuestro coche aparcando y os pida perdón.
Siendo esto así, ¿es realmente necesario agobiarnos a los que no nos gusta el fútbol con semejante marasmo fanatista?
Si yo vivo en un piso compartido y me gusta mucho escuchar Marilyn Manson a toda hostia, lo más seguro es que moleste a los demás, me digan que baje el volumen y yo tenga que hacerlo. Lo que no haré será colgar pósters en todas las paredes, ponerles camisas en sus armarios y no hablarles de otra cosa.